Manila y Singapura, 2017

Belinda Lorenzana
5 min readSep 9, 2017

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Este verano volví a Asia y esto fue lo que más me gustó.

Manila

  • Los vuelos de ida, en que se me pasaron las cucharadas. Hubo un punto del último tramo en que vertía el contenido de una botella de ginebra comprada en el duty free, en los vasos de juguito que pedía a les sobrecargues. La señora que viajaba junto a mí se me quedaba viendo con cara de ¿incredulidad? Yo sonreía y seguía empinando el codo. Lo siguiente fue el fin de semana en compañía de hermano, cuñado y amigos y, por ahí del domingo en la tarde, una de las peores resacas de mi vida, si no es que la peor, una cruda terrorista, que afronté con la mayor dignidad posible.
Ésta soy yo en Nobu, City or Dreams, después de haberme curado la resaca con copitas de champaña.
  • El tiempo libre por segunda vez: no tener que postear, poder dormir y nadar y desconectarme al menos quince días.
  • Las lecturas, en especial Mujeres y libros de Stefan Bollmann, a pesar de todo.
  • La historia del Black Dwende filipino, que algún día relataré.
  • Néctar, que es un bar con gogo dancers sonrientes y bonitos. Imagínense que yo había guardado durante un año los billetes filipinos que me sobraron de la vez pasada y, al día siguiente de la fiesta en Néctar, no tenía ni un quinto: todo se quedó en los calzones de esos muchachos.
  • Los nuevos amigos: Suki y Rosh, los dos indios, los dos muy buenos para fiestear. Suki (ejemplar, feminista), por cierto, me regaló un bolso súper bonito: un tote de terminados metálicos, muy de temporada, mana.
  • Los masajes, la manicura, el tratamiento que tomé en The Spa y que en México sería impagable, al menos en un lugar semejante.
  • El ramen japonés de Nagi y las tapas españolas de Donosti, porque en Manila abundan los restaurantes con comida muy internacionaltz, y está buena siempre y cuando no sea mexicana, porque entonces les queda o avinagrada o dulce, o avinagrada y además dulce, y sí picosa, pero no padre, también hay que decirlo. Sin embargo, les filipines escriben saludos en pizarrones para sentirse muy mexicanes, quiero ser su amiga.
Así le dan a una la bienvenida en un restaurante “mexicano” llamado Papi Chulo, en donde los tacos al pastor llevan vinagre y azúcar, kermozo.
  • Newsies, una puesta en escena local del musical de Disney/Broadway: el guion funciona; la producción me dejó con la boca abierta y la lágrima desatada (la escenografía, el montaje, los bailarines, ay). Como la mayoría de los productos culturales del mundo, no pasa el test de Bechdel, pero pues sí la disfruté un montón y ojalá más gente la vea.
  • La fiesta de salirse del bar cosmopolita pero helado para ir a casa, nadar a las dos de la mañana sin sentir frío, preparar y comer guacamole con chile filipino (se llama labuyo), desayunar carne en su jugo unas horas después y seguir cantando hasta la noche, que ya se había convertido en madrugada de domingo. La mejor fiesta de mi viaje se celebró en la cocina y duró todo el fin de semana.

Singapura

  • Otra vez el vuelo de ida, en que Roskas y yo nos terminamos todos los vinitos tintos y las cervezas disponibles en el avión (tampoco es que la aerolínea haya tenido un gran surtido).
Miren qué sobrios estamos.
  • El Mero Mero, un restaurante mexicano, no de manteles largos pero sí contemporáneo, con una carta más bien sofisticada y cocteles de autor. Jamás me imaginé que en Singapur encontraría tacos de nivel superlativo y una bebida de mezcal y chile serrano tan bien preparada. Mención honorífica a las donas saladas de frijol negro que el lugar sirve como pan de la casa. Eso y escuchar “Todo se transforma” de Jorge Drexler, en ese rincón del mundo, comiendo y bebiendo aquellas delicias: varia lágrima se me salió. Hasta me dieron ganas de ir a abrazar a al chef del restaurante, quien por cierto se acercó a saludar cuando nos escuchó hablando en español: Víctor Ballesteros se llama, nos atendió de primera. Muchas ganas que me dieron, pero me aguanté porque todavía no decido si qué reprimida o qué intensa.
  • The Song of India, otro restaurante, pero éste indio, y los amigos, indios también, que nos acompañaron: Antoinette y su esposo Avilash, muy guapos los dos. Este segundo lugar sí era de manteles largos, estrella Michelín, vajilla costosa, candelabros enormes y meseros incapaces del desaliño. Y en ese contexto, la concurrencia, india en su mayoría, ignora los cubiertos, come con las manos, en todo caso usando el pan a modo de cuchara: una belleza.
  • Las compras en Arab Street y el barrio chino. Singapur es el paraíso de la pashmina y el casimir, el batón de seda y el pantalón de Alí Babá. Volví con la maleta repleta y lista para existir disfrazada.
El vestidazo que me compró Roskas en una tienda india de Singapur, y la entrada del Marriott, con un mural de proyecciones coloridas que se movían todo el tiempo.
  • El área de la ciudad que estaba intervenida por Yayoi Kusama, quien por cierto se parece muchísimo a Citronela, mi sobrina gata.
  • Los Estudios Universal, en donde abundan los discípulos del Indushtán, y el vuelo de regreso, con las consignas sobre la experiencia, que Yves documentó en las notas de su iPhone.
  • La cena en el malecón de la ciudad, junto al Merlion y con vista a las emblemáticas torres singapurenses. Frente a nosotros, un espectáculo de música y luces. En nuestra mesa, dumplings chinos, una langosta gigante, gratinada, que no se terminaba nunca, y un vino español.
  • La diversidad étnica y cultural, la civilidad de locales y turistas, el orden, la limpieza, la inverosimilitud, los looks increíbles de las indias y las musulmanas. El metro, las calles, los jardines, el calor, la vista desde nuestra habitación y la alberca del hotel.
Para quedarse no a nadar sino a vivir.

Pero si tuviera que elegir una sola cosa de todo el viaje, de todo todito, me quedaría con mi hermano. Hubo conversaciones peliagudas y reveladoras, temas que nos había faltado poner sobre la mesa, confesiones y danza exótica. Así que, en caso de que ésta haya sido mi última vuelta a Asia, también tenemos motivos para celebrar, porque Óscar volverá a estar cerca. Tal vez la vida se trate precisamente de buscar motivos para celebrar.

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Written by Belinda Lorenzana

Soy una rumbera encubierta. Coordino Humanidades en prepa y edito en @creamagazine. Voy al teatro. @ACPT_Mex

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