Niños que sueñan con danza: notas sobre «El deseo de Tomás»

Belinda Lorenzana
4 min readApr 21, 2021
Producción «El deseo de Tomás»

Berta Hiriart es una escritora a la que siempre me da gusto volver por varias razones: entre ellas, sus representaciones de la infancia, siempre desde el entendimiento, sin idealizaciones. De ahí que me haya interesado El deseo de Tomás, una puesta en escena de la compañía La Crisálida, que está presentándose en el teatro La Capilla, con texto de esta narradora y dramaturga mexicana y dirección de Arizbel Morel Díaz. Se trata de una adaptación del cuento homónimo de Berta, publicado en 2004.

Tomás es un niño que está por cumplir diez años y sueña con ser bailarín, pero en su familia esa aspiración parece estar prohibida. El papá de Tomás, responsable y preocupado por su familia, ha seguido siempre el mandato de su propio padre, abuelo de Tomás, quien ostenta y defiende valores caducos, es impositivo y en algún momento hasta violento: la personificación del pasado y la masculinidad dominante.

Producción «El deseo de Tomás»

Muy al estilo de Berta, la masculinidad nociva está en los adultos: los niños se muestran abiertos, plantean preguntas, buscan respuestas, procuran ser felices incluso en los momentos en que el Abuelo y los padres los obligan a ver una y otra vez un puñado de películas familiares del pasado, un recurso que opone los valores de una y otra generación. Los padres de Tomás, representados por títeres de cartón, son un puente entre los niños y el Abuelo, pero no se atreven a retar la autoridad del segundo: es gracias a las dudas de los niños que logran cambiar de perspectiva y de algún modo liberarse.

La madre de Tomás se muestra amorosa y, sin llegar a rebelarse, contradice discretamente al Abuelo, expresa haber deseado ser cantante de zarzuela, está abierta a escuchar a sus hijos, pero no comete actos definitivos. En cambio Ana, la hermana adolescente de Tomás, protesta en voz alta ante las imposiciones del Abuelo, se queja, no comprende las razones para hacer tal o cual cosa, quiere ser bióloga marina y reniega de sus clases de ballet, esas que Tomás anhela secretamente. Ana es capaz de resolverse y actuar, reta los estereotipos y, desde la dirección de Arizbel, se mueve de un lado al otro del escenario, habla en voz alta, se hace notar… esa representación de las niñas y las mujeres que Berta suele trazar con realismo, justicia y dulzura.

Ante un niño que sueña con bailar, imposible no pensar en Billy Elliot, la historia de Lee Hall que Stephen Daldry llevó a la pantalla grande en 2000 y que años más tarde se convirtiera en teatro musical: el pequeño Billy se enfrentaba su padre y su hermano con la complicidad de su abuela y su maestra de danza, en su gusto por la danza. En la obra de Berta, el protagonista no tiene el de su abuela, sino que debe sobreponerse al rechazo de su abuelo, y mientras Billy carece de la aprobación de su hermano, Tomás tiene una hermana que lo comprende y está de su lado.

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La escena onírica en que Tomás se imagina a sí mismo bailando, con la música de El lago de los cisnes de fondo, también hace recordar a Billy. El sueño se vuelca sórdido cuando el Cisne Negro es encarnado por el Abuelo. Inmediatamente después vemos entrar a Ana, quien robó para su hermano un póster en que reconocemos a Isaac Hernández, el célebre bailarín tapatío, suspendido en el aire, esa famosa fotografía. El gesto acerca la historia a nuestro contexto: un personaje de la vida real que en la ficción sustenta el sueño del niño.

La puesta en escena retrata el conflicto de una familia sin aleccionar, con ternura y sentido del humor. Para niños, para espectadores de todo tipo, el teatro que desata reflexiones siempre es bienvenido. El deseo de Tomás tendrá su última función este fin de semana. Puede verse de manera presencial en el teatro La Capilla o en transmisión por Zoom el domingo 25 de abril a las 12:30 h.

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Belinda Lorenzana

Soy una rumbera encubierta. Coordino Humanidades en prepa y edito en @creamagazine. Voy al teatro. @ACPT_Mex