Don Juan o la bestia dominada

Belinda Lorenzana
3 min readFeb 8, 2017

Corren tiempos difíciles para los donjuanes. Vete mucho a 2016, podríamos decirle a don Juan Tenorio o a cualquiera que basara su renombre en seducir mujeres desde el poder y el privilegio heteropatriarcal. Quién sabe si doña Inés sería una novicia hoy, si en vez de entregarse a don Juan con un “¡Ah! Me habéis dado a beber / un filtro infernal sin duda / que a rendiros os ayuda / la virtud de la mujer”, exclamaría un “antes muerta que binaria”. O tal vez estos tiempos implican un buen contexto para revisar la figura del burlador, que en la adaptación de Juan José Tagle adquiere una voz contemporánea, enmarcada en la estética de la primera mitad del siglo XX: oropel, frivolidad, moda y paparazzi, terminan por dar la vuelta al juego de seducción.

Don Juan, esta nueva versión de Don Juan Tenorio, abre el primer acto con dos caballeros enmascarados y una moneda al aire: en cada función, Nacho Tahhan y Salvador Petrola se juegan la representación de don Juan y don Luis, en curiosa congruencia con la apuesta que desencadena la trama. No importa la identidad de los hombres en escena, del hombre como figura dramática o cultural: cualquiera de ellos podría ser don Juan y embaucar a cualquier mujer en menos de seis días: “Uno para enamorarlas, / otro para conseguirlas, / otro para abandonarlas, / dos para sustituirlas, / y una hora para olvidarlas.”

© Ciudad Ocio

La adaptación transcurre fiel al texto de José Zorrilla, pero se matiza mediante el vestuario, la escenografía, la atmósfera, el tributo al cine de Fellini y las elipsis basadas en canciones de Frank Sinatra. Nacho Tahhan en el papel de don Juan resulta cínico, audaz, arrogante, irrisistible: la bestia refinada con la que doña Inés (Sofía Sisniega) habrá de lidiar (el recurso puede interpretarse como una visión desacralizada del amor romántico o, mejor aun, como una reivindicación feminista).

Doña Inés se construye a partir del peligro y la forma de violencia que es a veces el erotismo. Durante el primer acto, sigue siendo la monja virtuosa (aunque habría convenido apelar a su sensatez por encima de su ingenuidad desde la dirección). En el segundo, adquiere una fuerza sexual que logra dar un vuelco a la relación (de poder) entre los dos personajes. El juego entre el dominio y el sometimiento me concede todo el sentido erótico que encuentro en el drama de Zorrilla, esta vez enmarcado en una atmósfera frívola, fílmica, aristocrática.

Asistí a la función del domingo pasado y sigo dándole vueltas. Me habría gustado que el teatro estuviera a reventar, pero era domingo de puente y de seguro el Super Bowl se robó a parte del público (algo que considero insólito). La temporada, que comenzó en noviembre, se termina el próximo fin de semana. Auguro tantos aplausos como en la función que yo presencié, pero esta vez con teatro lleno. Bien por Juan José Tagle, que se arriesgó con una puesta en escena novedosa sin traicionar el texto inagotable de Zorrilla. Bien por Nacho Tahhan, Salvador Petrola (a quien quisiera ver alguna vez en el papel de don Juan) y el resto del elenco. Si están en la Ciudad de México, háganse el favor de ir al teatro Helénico a ver Don Juan.

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Belinda Lorenzana

Soy una rumbera encubierta. Coordino Humanidades en prepa y edito en @creamagazine. Voy al teatro. @ACPT_Mex